Por experiencia propia, siempre creí que en las residencias
para tercera edad se abandonaba a su suerte al anciano. Odiaba la metodología
que pudieran tener allí para con ellos, incluso me repugnaba la idea de acabar
en un lugar así o de llevar a mis padres o abuelos. Había escuchado historias
de todo tipo, desde pérdidas de pertenencias de los usuarios hasta retenerlos
amarrados. Cosa que, a mi parecer, eran malos tratos.
No sé si por cosa del destino o por pura casualidad, las
prácticas de la carrera me han llevado a estar dos meses de “aprendiz” en éste
tipo de centro. Sí, los lectores pueden hacerse una idea de lo duro que era
para mí enfrentarme a éste hecho o de mi descontento, no sólo por lo expuesto
anteriormente, sino también porque éste colectivo no era uno de mis favoritos.
Pensaba, sinceramente, que no se podía equiparar un anciano a un niño, por el
simple hecho de que éstos últimos tienen toda una vida por delante y son “moldeables”.
Se les puede educar fácilmente mientras que a una persona de avanzada edad, con
todo lo necesario de la vida aprendido, y no decir ya, con deterioro cognitivo
era prácticamente imposible conseguir que aprendiera algo nuevo. Creí y creí, y
siempre estuve equivocada.
Sin poder evitarlo, tuve que dejar de lado mis prejuicios y
adentrarme en ese insólito “mundillo” que me creaba tanto recelo, y no
comprendí hasta que no estuve bien dentro, cuán erróneos habían sido mis
pensamientos.
En primer lugar, el trabajo en un centro de éste tipo es
duro, durísimo. Necesitas más de cinco sentidos, más de dos manos y más de dos
ojos y más de dos pies. Necesitas prestar toda la atención posible a todo lo
que haces. ¿Pérdida de pertenencias? Por
supuesto, alrededor de cien personas con una media de cincuenta pertenencias
que se quitan y depositan en cualquier sitio, que están constantemente
lavándose y secándose para volver a colocarse en su lugar. Parece casi
inevitable. Por otra parte, ¿amarrarlos? Si, con consentimiento de los
familiares, como última opción y siempre para preservar la seguridad tanto de
otros usuarios como del personal que trabaja en el centro, pues es bien sabido
que ya en edad avanzada, las personas sufrimos un deterioro psicológico que nos
puede crear ciertos períodos de agresividad. Por último, no pude estar más
equivocada en mi afirmación sobre la educación de las personas internas en
éstos centros, puesto que no sólo puedes enseñarles a trabajar la cognición que
tienen dañada mediante una serie de actividades estimuladoras, sino también
enriquecerte de ésta interacción. Nunca es tarde para aprender, nunca es tarde
para darte cuenta de que la educación es duradera.
Y así fue como fui tachando de mi lista las desventajas que
creía ver donde no existían.
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