jueves, 12 de diciembre de 2013

Todo un mundo desconocido

Por experiencia propia, siempre creí que en las residencias para tercera edad se abandonaba a su suerte al anciano. Odiaba la metodología que pudieran tener allí para con ellos, incluso me repugnaba la idea de acabar en un lugar así o de llevar a mis padres o abuelos. Había escuchado historias de todo tipo, desde pérdidas de pertenencias de los usuarios hasta retenerlos amarrados. Cosa que, a mi parecer, eran malos tratos.

No sé si por cosa del destino o por pura casualidad, las prácticas de la carrera me han llevado a estar dos meses de “aprendiz” en éste tipo de centro. Sí, los lectores pueden hacerse una idea de lo duro que era para mí enfrentarme a éste hecho o de mi descontento, no sólo por lo expuesto anteriormente, sino también porque éste colectivo no era uno de mis favoritos. Pensaba, sinceramente, que no se podía equiparar un anciano a un niño, por el simple hecho de que éstos últimos tienen toda una vida por delante y son “moldeables”. Se les puede educar fácilmente mientras que a una persona de avanzada edad, con todo lo necesario de la vida aprendido, y no decir ya, con deterioro cognitivo era prácticamente imposible conseguir que aprendiera algo nuevo. Creí y creí, y siempre estuve equivocada.

Sin poder evitarlo, tuve que dejar de lado mis prejuicios y adentrarme en ese insólito “mundillo” que me creaba tanto recelo, y no comprendí hasta que no estuve bien dentro, cuán erróneos habían sido mis pensamientos.

En primer lugar, el trabajo en un centro de éste tipo es duro, durísimo. Necesitas más de cinco sentidos, más de dos manos y más de dos ojos y más de dos pies. Necesitas prestar toda la atención posible a todo lo que haces.  ¿Pérdida de pertenencias? Por supuesto, alrededor de cien personas con una media de cincuenta pertenencias que se quitan y depositan en cualquier sitio, que están constantemente lavándose y secándose para volver a colocarse en su lugar. Parece casi inevitable. Por otra parte, ¿amarrarlos? Si, con consentimiento de los familiares, como última opción y siempre para preservar la seguridad tanto de otros usuarios como del personal que trabaja en el centro, pues es bien sabido que ya en edad avanzada, las personas sufrimos un deterioro psicológico que nos puede crear ciertos períodos de agresividad. Por último, no pude estar más equivocada en mi afirmación sobre la educación de las personas internas en éstos centros, puesto que no sólo puedes enseñarles a trabajar la cognición que tienen dañada mediante una serie de actividades estimuladoras, sino también enriquecerte de ésta interacción. Nunca es tarde para aprender, nunca es tarde para darte cuenta de que la educación es duradera.


Y así fue como fui tachando de mi lista las desventajas que creía ver donde no existían.

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